La miré con los ojos muy abiertos como si todo aquello me sorprendiera profundamente. Su rostro adivinaba una extraña mezcla de tristeza, determinación y furia; de esa furia tan propia de mujeres como tormentas de Marzo, preciosas y desgarradas, descolocadas e inseguras. 
 Tras un breve instante, decidí seguir dándole vueltas a la comida con el cucharón de madera. 
 --No te creas nada especial --dijo ella--. Tan solo eres un macarra que escribe.
--Mejor eso que ser sólo un macarra. Apareció, por primera vez, ese silencio incómodo que habita entre los que no tienen nada auténtico que decirse. --No entiendo cómo puedes estar orgulloso --repuso al cabo.
--A lo mejor por eso me salen tan bien los macarrones --dije. Y la verdad es que no. No estaba orgulloso de ello.
 
 
 
     --Mejor eso que ser sólo un macarra. Apareció, por primera vez, ese silencio incómodo que habita entre los que no tienen nada auténtico que decirse. --No entiendo cómo puedes estar orgulloso --repuso al cabo.
--A lo mejor por eso me salen tan bien los macarrones --dije. Y la verdad es que no. No estaba orgulloso de ello.
 
 







