Junio 12, 2004
...
Un año lo pasé fuera.
 No fue hace mucho. Había orgullo
 y caminos 
 interminables hasta mi casa.
Quería ilusión.
 Sobre todo sentimiento
 y los amigos no estaban mirando
 ni siquiera en la puerta de al lado.
Bajé al fondo de los charcos 
 y acogí miserias bestiales.
De lejos, parecía un ángel con corazón;
 de lejos era un almacándida
 tendido en el gran suelo de un bosque. 
Antes le ponía nombre a cada uno de mis viajes.
 Ahora a las afueras de la antigua eternidad
 intentaba repetir todos los trucos del amor.
El pajarraco me advertía 
 como si supiera que ayer no tenía el mismo cielo.
Se dispersaron mis esfuerzos
 y me olvidé de cómo respirar;
 si acaso ya no tenía defectos.
Algunas personas se colgaban de mis miembros
 y hacían sus equilibrios cerca del fuego.
La fuerza y la belleza estaban cerca del Sáhara.
Quería llamar a las piedras y pedirles su gusto.
 Y al hierro. Y al barro.
Los brazos de la tormenta no tenían valor.
          (bueno, una vez,etc.)
Quería las noches humanas.
 Las mareas.
 Las estrellas.
 La Osa Mayor recostada en mi alma.
El humo refundido y el carbón 
 eran a veces mi única compañía.
Echaba de menos a los juglares.
 Y a los mandarines.
Incluso me acordaba de aquella vieja fea
 que solía encerrarme en el armario.
En fin, quería acercarme y saludar
 como saludaba el noble viento,
 pero aún no había recobrado una voz entera
 y como todavía no había lavado mis pulmones,
 nunca me cansaba de mirarte.
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